MIÉRCOLES, 12 DE AGOSTO DE 2009
Unos días atrás estaba de compras Hoy, como tantos otros días, compré el periódico. Al llegar a casa, tomé mi taza favorita, abrí el grifo del bidón de agua mineral que tenemos en casa y me preparé un café, luego me senté un ratito a leer las noticias del día: estábamos a vueltas con la gripe A. Nuevamente titulares referentes al tema, otra vez las vacunas sobre la mesa, que si población de riesgo, que si no nos lavamos suficiente las manos....
Seguí pasando las hojas y otra noticia saltó de la página:
"EL AGUA CONTAMINADA MATA MÁS QUE LAS ARMAS, 1,8 MILLONES DE NIÑOS FALLECEN ANUALMENTE POR INFECCIONES RELACIONADAS CON EL AGUA"
La noticia se extendía en detalles relacionados con este bien tan preciado y con la insuficiencia de servicios sanitarios adecuados.
Trabajo cada día en un barrio de extrema pobreza en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia en el que tenemos un Comedor Infantil Gratuito para niños y niñas de la zona. En sus casas, mejor dicho, en los cuartitos en los que viven con sus familias hay problemas muy graves y el agua y los servicios higiénicos son una carencia constante en las zonas de pobreza.
Pero esto ocupa muy pocos titulares al año. Y es que en este problema de salud no está implicado el mal llamado "primer mundo". Podríamos dividir el mundo más que en primero segundo, tercero o cuarto solamente en dos: los que tenemos agua segura y los que no la tienen. Esta realidad la encontramos en todos los países, ciudades y barrios del planeta.
Siempre recordaré un viaje de regreso a España con nuestros hijos pequeños. Habíamos vivido en Perú casi tres años y nunca bebíamos agua del grifo. LLegamos a Londres, estábamos en el aeropuerto y mis hijos tenían sed y yo no tenía libras esterlinas, además íbamos a embarcar en pocos minutos, así que tenían que esperar a llegar al vuelo para beber agua. Pero de pronto se me encendió la luz: estábamos en Europa....podíamos beber agua del grifo. Cómo corrimos a aplacar nuestra sed en un instante, sin miedo, sin conflictos, sin desconfiar de ese líquido divino que salía del caño.
Lo que me duele es que podamos vivir aparcando en la conciencia cultural común un millón ochocientas mil muertes anuales de niños menores de cinco años (la noticia lo explicaba más adelante) a causa no sólo del agua insegura que toman sino de los contagios por las letrinas en las que hacen sus necesidades cada día cientos de millones de gentes en todas las barriadas pobres del mundo. Letrinas que nos son más que un agujero en el suelo cubiero por unas maderas, unos plásticos o unas latas. Letrinas que rebalsan su hediondez a las calles y a los patios en los que los niños juegan con sus carritos, sus latitas o sus muñecas.
Pero esto no arranca titulares, no vende porque no hay mercado para la pobreza, las vacunas sí venden, es más, dan beneficios multitudinarios a empresas multinacionales que sólo ven multienfermedades en las gripes de toda la vida.
Seguí con mi café leyendo las noticias de esta mañana y nuevamente un estremecimiento:
"EN SANTA CRUZ LA TUBERCULOSIS MATA AL AÑO MÁS PERSONAS QUE EL DENGUE Y LA GRIPE A"
Y de nuevo el dolor, la punzada en el alma al saber que los niños del Barrio Bánzer en el que tenemos el comedor dormirán esa noche en la misma cama con dos, tres o cuatro personas más, hacinados en un cuartito de 18 metros cuadrados en el que su mamá les hizo el tecito con el que se fueron a la cama o, en el mejor de los casos y si ese día papá cobró alguito o ella pudo lavar un par de docenas de prendas de ropa ajena, la sopita de yuca caliente. Y el dolor de saber que, en más de una y de dos y de tres de esas camas habrá un enfermo de tuberculosis o un portador sin identificar y sin medicar. Y ahí estará Silvia, o María José o Renzo o David respirando inconsciencia y bacterias. Ahí estarán ellos a merced de los mosquitos que transmiten el dengue o de las vinchucas que contagian el mal de Chagas.
Sé que escribir esta nota no cambiará nada, absolutamente nada. Y también sé que los gobiernos tienen una responsabilidad infinita en todos estos asuntos. Mi pregunta es ¿y mi responsabilidad? ¿cuál es mi responsabilidad? ¿de qué forma puedo paliar este dolor constante que golpea a la infancia? ¿de qué forma puedo....de qué forma podemos evitar que niños y niñas que no deben morir sean víctimas de muertes que son evitables?p mirando los puestos del mercado, el hijo, atento a descubrir el mundo que le rodeaba, como tan bien saben hacer los niños, vio una serie de cinturones de piel para hombres que una “caserita” exhibía en su puesto. El pequeño, relacionando esa imagen con su corta experiencia personal, le dice a su mamá: “esos cinchos (así se llaman aquí los cinturones) son para castigar, ¿sí mami?” a lo que la mamá le contesta: “sí, hijito, y con eso te sacan sangre”…
El martes 11 de agosto Unicef publicó en Argentina su último informe: “El maltrato infantil: una realidad puertas adentro” (http://www.unicef.org/lac/Boletin-Desafios9-CEPAL-UNICEF(1).pdf). Un estudio cobre la situación del maltrato infantil en Latinoamérica. Es un informe que habla sobre los golpes al cuerpo y al alma de los niños, niñas y adolescentes y es un informe que a su vez nos golpea, golpea las conciencias, golpea la realidad y golpea con fuerza el dolor que siento cuando leo las cifras: 40 millones de niños y niñas son víctimas del maltrato en el subcontinente americano. Bolivia es el país que arroja peores cifras: el 83% de los menores sufre algún tipo de violencia. Y lo más doloroso, el peor de los golpes es que éstos son dados, principalmente, por aquéllos a quienes Dios les dio la potestad de cuidar a unas criaturas que son de Él, no suyas, no nuestras.
El citado estudio dice que: “En todos los países las experiencias de violencia y abuso sufridas por el padre y la madre durante su infancia es el factor de riesgo más relevante (primera causa) para que exista violencia contra los niños en las familias, ya que se produce una transmisión intergeneracional de la violencia. Además, el maltrato infantil en el hogar está estrechamente relacionado –y se incrementa– con la presencia de violencia contra las mujeres, cuando eran hijas o cuando son madres y esposas.” Es esta una realidad demasiado común en nuestro medio, tanto el latinoamericano como el español. El estudio avanza diciendo que para acabar con el maltrato infantil hemos de “cambiar la mentalidad y la cultura que avala los comportamientos violentos como una forma de educación”. En este sentido la mayor de las transformaciones tanto de la mentalidad como de la cultura tiene que ver con la experiencia de la conversión, de la rendición genuina del alma humana a la verdad de Dios. Cuando podemos llegar a los padres y a los hijos, a las familias, con esta verdad transformadora, la violencia en cualquiera de sus formas debe dejar paso al respeto, la misericordia, el perdón y el arrepentimiento. Es entonces cuando nuestras familias pasan de las tinieblas a la luz, cuando las relaciones se establecen o reestablecen con el amor como amalgama. Nuestras sociedades, iglesias y ministerios se componen de familias y la salud de éstas supone la salud de aquéllos.
La segunda parte del versículo cuatro de Efesios seis, en la traducción interconfesional catalana dice (y traduzco): “Educad e instruid a vuestros hijos tal y como lo haría el Señor”. Si sólo tuviéramos esta cita para educar a nuestros hijos debería ser suficiente porque “educar como lo haría Él” supone amar y respetar sin límites de edad, sexo, intereses o poderes. Supone criar a los hijos con disciplina pero sin violencia, con normas pero sin ciegos autoritarismos, con valores y virtudes libres de encorsetadas legalidades. Supone que nosotros como padres seremos guías para ellos, supone que usaremos “el verbo para hacer el bien” no para gritar, insultar, humillar u ofender. Supone que les amaremos, cuidaremos y perdonaremos de forma incondicional tal y como Él lo hace cada día con nosotros.