domingo, 16 de junio de 2013

Hoy decidí retomar mi blog, dormido hace más de año y medio. Y retomarlo supone volver a escribir de forma pública, contando, narrando o describiendo quehaceres y sucesos de lo cotidiano que alientan nuestra imaginación en la búsqueda de sentidos y significados.
Mi blog se detuvo hace meses como se detuvo mi actividad, a causa del cáncer, esa fea enfermedad que un día me sorprendió sin esperarla, de hecho, por eso me sorprendió, porque no la esperaba. ¿Quién espera que le diagnostiquen un cáncer? o dos, como fue mi caso.
El primero de endometrio, el segundo de ovario, ambos en fases iniciales y por tanto, con buenas posibilidades de curación. Y empezó el baile, con operaciones, médicos, pruebas y quimios; lecturas en internet que me asustaban, comentarios y consejos de amigos y conocidos que a veces te ponían los pelos de punta. Qué lejos nos queda la enfermedad cuando estamos sanos; qué poco conscientes somos de lo que supone la salud y cómo duele perderla.
Por otro lado y si quieres crecer y creer, el cáncer te abre un mundo de posibilidades inmenso, lleno de nuevas personas, también enfermas, necesitadas, como tú, de afectos y comprensiones.
Uno de los compañeros de viaje cuando hablamos de cáncer es el miedo y qué cara más fea que tiene el miedo. Recuerdo cómo años atrás un diagnóstico de cáncer era casi sinónimo de muerte, incluso en ese tiempo cuando alguien tenía cáncer decían: "tiene una enfermedad mala" y no la nombraban, como si hacerlo así, como si no nombrarla la hiciera menos presente y dañina.
Hoy vivimos el cáncer con perspectivas muy diferentes, desde luego sigue siendo un problema complejo que afecta a millones de personas en todo el mundo. Todos conocemos a personas que lo padecen y también a personas que fallecieron por su causa.
No me gusta el cáncer, como no me gusta la malaria, o el dengue, o la esclerosis múltiple; y es que no me gusta ni la muerte ni el sufrimiento, y menos el miedo, no me gusta nada el miedo. Entiendo que nuestra vida, aferrada como está a las leyes naturales, participa de enfermedades, unas evitables otras inevitables. Y entiendo también que en estos largos procesos curativos en los que debes entrar cuando una enfermedad de este calibre te golpea tu actitud marcará una gran diferencia en tu vivencia del proceso así como en la vivencia de las personas que están a tu alrededor, contigo, cercanas o lejanas.
Qué interesante es la actitud. Es la forma en que accionamos o reaccionamos ante sucesos, personas o circunstancias. En la actitud hay componentes psicológicos y emocionales y una buena dosis de voluntad, dado que en general soy dueña de mis respuestas, de mis actitudes en tanto en cuanto soy consciente de que  puedo modificarlas. Puedo tener actitudes "plásticas", modelables, adaptables y constructivas o por el contrario, puedo tener actitudes rígidas, inflexibles e inadaptables; casi siempre será mi decisión orientarme a unas o a otras. Y es en momentos o en tiempos de crisis cuando más claramente podemos ver de qué están hechas nuestras actitudes, sobre todo es en esos momentos cuando sale a la luz el material real del que se compone nuestro carácter que deriva, en fin, en nuestras actitudes. Es por tanto, la enfermedad una gran oportunidad de conocer, si es que quieres mirarte, de qué están hechas tus actitudes.

lunes, 25 de abril de 2011

NO ME GUSTA LA MALARIA


Esta es una de mis imágenes preferidas y me gusta porque me encanta la belleza.
La belleza de las formas, de los colores, de los olores y los rincones.
Me gusta mirar a mi alrededor y mirar la belleza que me rodea. 
Y me gusta más aún la belleza interior, la paz interior que me ayuda a entender mi lugar en este loco mundo.
Y no me gusta lo feo, no me gusta la suciedad en las calles, no me gusta ver casas de plásticos y latas con techitos de uralita y sé que no me gusta porque significa que en ellas viven hacinadas familias completas sin posibilidad de tener una cama propia, una cocina digna o un armario en el que ordenar sus cosas.
No me gusta ver cómo se reproducen los insectos que atentan a la salud de los niños se llamen Anopheles, Aedes Aegypti o Vinchuca, no me gusta que dañen con las enfermedades que transmiten, las vidas incipientes aún sin escribir, promesa de mundos nuevos.
No me gusta la malaria, no me gusta el dengue, no me gusta el mal de Chagas.
No me gustan.
Lo que me gusta es que todos los niños coman cada día al menos cinco veces, lo que me gusta es que vayan a escuelas en las que los maestros quieran ayudarles a aprender, con alegría, sinceridad y esfuerzo.
Lo que me gusta es que los niños que sufren malaria o dengue o Chagas puedan estar en hospitales limpios, en camas dignas, no hacinados como están ahora mismo en hospitales de Santa Cruz de la Sierra en los que no hay espacio para atender con coherencia las miles de personas afectadas por dengue, entre ellas centenares de niños y niñas.
No me gusta que los laboratorios tengan soluciones a enfermedades que si no se tratan son mortales, como el Sida que afecta a millones en todos los países de África en los que los niños están quedando huérfanos por millares y que los afectados no puedan tomar los antiretrovirales que necesitan porque son pobres de solemnidad. 
Es una solemne injusticia.
No me gusta que se avance a paso de tortuga en la vacuna de la malaria porque esta enfermedad afecta mayoritariamente a personas del mal llamado "tercer mundo" y no a las del "primer mundo". No me gusta tener mundos en categorías, de verdad que no me gusta.
Y no me gusta que tengamos un Día de la malaria como hoy, 25 de abril, no me gusta porque quiere decir que los restantes 364 días del año, de nuevo, esta enfermedad que mata a más de 800000 personas cada año, que acaba con la vida de un niño cada 45 segundos, pasará de nuevo a los cajones desmemoriados de las agendas internacionales y a las desmemorias de cada uno de nosotros inmersos en nuestros anaqueles particulares.
Sé que de nada sirve que me guste o no me guste, que opiniones como esta, terriblemente subjetiva, no es ni políticamente correcta ni responsablemente útil, pero seguramente la primavera árabe que estamos viviendo se compone también de millones de "no me gusta" desatados en los corazones de personas encerradas en sociedades anquilosadas.
Es por eso que me encantaría, me gustaría que millones de corazones estallaran cada día en un clamor por la infancia silenciosa que muere por la malaria, el dengue, el sida, el abandono, el abuso o, lo que es muchísimo peor en nuestros días: EL HAMBRE.

viernes, 25 de febrero de 2011

Contemplar


Hoy llueve en Santa Cruz y siempre la lluvia me ayuda a ir más despacio, a mirar a mi alrededor con una quietud y un reposo animados por las gotas incesantes que empapan todo llenando de vida lo que me rodea.

Me doy cuenta, y no sé si será también tu situación, que vivo demasiado rápido. Las horas, los días, las semanas y los meses pasan a una velocidad a veces dramática y este revuelo de actividad me acelera y obceca provocando en mi que deje de admirar la belleza que me rodea, no sólo la belleza de las cosas o de los objetos, sino, y sobre todo, la belleza de las relaciones con los demás, la belleza de la experiencia interior de la trascendencia.
Anoche, en casa, tuvimos un gran susto, nuestra perrita Bella se cortó en su pata con un cristal, con tan mala fortuna que se cercenó dos arterias de su pata izquierda delantera. Tuvimos que volar al veterinario porque se desangraba. Después de casi tres horas, pudimos regresar a casa con el problema resuelto, su pata curada y el susto transitado.
En esas horas en las que estuvimos ocupados en salvar a nuestra Bella y mientras la ansiedad nos golpeaba estuve prensando cómo hubiera sido si esto le hubiera sucedido a uno de nuestros hijos. Y parece que fue tanto lo que pensé que en la noche soñé que uno de ellos sufría una grave enfermedad...
Me levanté dando gracias a Dios por nuestra familia, algo que hago todos los días, pero hoy con un nuevo significado.
Quiero aprender a valorar más y más cada día lo que tengo, con un corazón humilde, sencillo, lleno de alegría y de gozo en medio de cada situación, viviendo desde la paz que abriga mi corazón.
Quiero aprender a ir más despacio, sino por fuera, al menos por dentro, cultivando en mi una actitud de contemplación constante del bien y la belleza que me envuelven y cuando no esté en medio ni de bien ni de belleza, quiero aprender a ser capaz más y más cada día de poner estas virtudes en cada situación..como decía Pedro en su 1ª carta: "añadid a vuestra fe, virtud..." o como encontramos en el libro de los Salmos:
"Estad quietos y ved que yo soy Dios"

viernes, 21 de agosto de 2009

ES TRISTE

MIÉRCOLES, 12 DE AGOSTO DE 2009
Unos días atrás estaba de compras Hoy, como tantos otros días, compré el periódico. Al llegar a casa, tomé mi taza favorita, abrí el grifo del bidón de agua mineral que tenemos en casa y me preparé un café, luego me senté un ratito a leer las noticias del día: estábamos a vueltas con la gripe A. Nuevamente titulares referentes al tema, otra vez las vacunas sobre la mesa, que si población de riesgo, que si no nos lavamos suficiente las manos....
Seguí pasando las hojas y otra noticia saltó de la página:
"EL AGUA CONTAMINADA MATA MÁS QUE LAS ARMAS, 1,8 MILLONES DE NIÑOS FALLECEN ANUALMENTE POR INFECCIONES RELACIONADAS CON EL AGUA"
La noticia se extendía en detalles relacionados con este bien tan preciado y con la insuficiencia de servicios sanitarios adecuados.
Trabajo cada día en un barrio de extrema pobreza en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia en el que tenemos un Comedor Infantil Gratuito para niños y niñas de la zona. En sus casas, mejor dicho, en los cuartitos en los que viven con sus familias hay problemas muy graves y el agua y los servicios higiénicos son una carencia constante en las zonas de pobreza.
Pero esto ocupa muy pocos titulares al año. Y es que en este problema de salud no está implicado el mal llamado "primer mundo". Podríamos dividir el mundo más que en primero segundo, tercero o cuarto solamente en dos: los que tenemos agua segura y los que no la tienen. Esta realidad la encontramos en todos los países, ciudades y barrios del planeta.
Siempre recordaré un viaje de regreso a España con nuestros hijos pequeños. Habíamos vivido en Perú casi tres años y nunca bebíamos agua del grifo. LLegamos a Londres, estábamos en el aeropuerto y mis hijos tenían sed y yo no tenía libras esterlinas, además íbamos a embarcar en pocos minutos, así que tenían que esperar a llegar al vuelo para beber agua. Pero de pronto se me encendió la luz: estábamos en Europa....podíamos beber agua del grifo. Cómo corrimos a aplacar nuestra sed en un instante, sin miedo, sin conflictos, sin desconfiar de ese líquido divino que salía del caño.
Lo que me duele es que podamos vivir aparcando en la conciencia cultural común un millón ochocientas mil muertes anuales de niños menores de cinco años (la noticia lo explicaba más adelante) a causa no sólo del agua insegura que toman sino de los contagios por las letrinas en las que hacen sus necesidades cada día cientos de millones de gentes en todas las barriadas pobres del mundo. Letrinas que nos son más que un agujero en el suelo cubiero por unas maderas, unos plásticos o unas latas. Letrinas que rebalsan su hediondez a las calles y a los patios en los que los niños juegan con sus carritos, sus latitas o sus muñecas.
Pero esto no arranca titulares, no vende porque no hay mercado para la pobreza, las vacunas sí venden, es más, dan beneficios multitudinarios a empresas multinacionales que sólo ven multienfermedades en las gripes de toda la vida.
Seguí con mi café leyendo las noticias de esta mañana y nuevamente un estremecimiento:
"EN SANTA CRUZ LA TUBERCULOSIS MATA AL AÑO MÁS PERSONAS QUE EL DENGUE Y LA GRIPE A"
Y de nuevo el dolor, la punzada en el alma al saber que los niños del Barrio Bánzer en el que tenemos el comedor dormirán esa noche en la misma cama con dos, tres o cuatro personas más, hacinados en un cuartito de 18 metros cuadrados en el que su mamá les hizo el tecito con el que se fueron a la cama o, en el mejor de los casos y si ese día papá cobró alguito o ella pudo lavar un par de docenas de prendas de ropa ajena, la sopita de yuca caliente. Y el dolor de saber que, en más de una y de dos y de tres de esas camas habrá un enfermo de tuberculosis o un portador sin identificar y sin medicar. Y ahí estará Silvia, o María José o Renzo o David respirando inconsciencia y bacterias. Ahí estarán ellos a merced de los mosquitos que transmiten el dengue o de las vinchucas que contagian el mal de Chagas.
Sé que escribir esta nota no cambiará nada, absolutamente nada. Y también sé que los gobiernos tienen una responsabilidad infinita en todos estos asuntos. Mi pregunta es ¿y mi responsabilidad? ¿cuál es mi responsabilidad? ¿de qué forma puedo paliar este dolor constante que golpea a la infancia? ¿de qué forma puedo....de qué forma podemos evitar que niños y niñas que no deben morir sean víctimas de muertes que son evitables?p mirando los puestos del mercado, el hijo, atento a descubrir el mundo que le rodeaba, como tan bien saben hacer los niños, vio una serie de cinturones de piel para hombres que una “caserita” exhibía en su puesto. El pequeño, relacionando esa imagen con su corta experiencia personal, le dice a su mamá: “esos cinchos (así se llaman aquí los cinturones) son para castigar, ¿sí mami?” a lo que la mamá le contesta: “sí, hijito, y con eso te sacan sangre”…
El martes 11 de agosto Unicef publicó en Argentina su último informe: “El maltrato infantil: una realidad puertas adentro” (http://www.unicef.org/lac/Boletin-Desafios9-CEPAL-UNICEF(1).pdf). Un estudio cobre la situación del maltrato infantil en Latinoamérica. Es un informe que habla sobre los golpes al cuerpo y al alma de los niños, niñas y adolescentes y es un informe que a su vez nos golpea, golpea las conciencias, golpea la realidad y golpea con fuerza el dolor que siento cuando leo las cifras: 40 millones de niños y niñas son víctimas del maltrato en el subcontinente americano. Bolivia es el país que arroja peores cifras: el 83% de los menores sufre algún tipo de violencia. Y lo más doloroso, el peor de los golpes es que éstos son dados, principalmente, por aquéllos a quienes Dios les dio la potestad de cuidar a unas criaturas que son de Él, no suyas, no nuestras.

El citado estudio dice que: “En todos los países las experiencias de violencia y abuso sufridas por el padre y la madre durante su infancia es el factor de riesgo más relevante (primera causa) para que exista violencia contra los niños en las familias, ya que se produce una transmisión intergeneracional de la violencia. Además, el maltrato infantil en el hogar está estrechamente relacionado –y se incrementa– con la presencia de violencia contra las mujeres, cuando eran hijas o cuando son madres y esposas.” Es esta una realidad demasiado común en nuestro medio, tanto el latinoamericano como el español. El estudio avanza diciendo que para acabar con el maltrato infantil hemos de “cambiar la mentalidad y la cultura que avala los comportamientos violentos como una forma de educación”. En este sentido la mayor de las transformaciones tanto de la mentalidad como de la cultura tiene que ver con la experiencia de la conversión, de la rendición genuina del alma humana a la verdad de Dios. Cuando podemos llegar a los padres y a los hijos, a las familias, con esta verdad transformadora, la violencia en cualquiera de sus formas debe dejar paso al respeto, la misericordia, el perdón y el arrepentimiento. Es entonces cuando nuestras familias pasan de las tinieblas a la luz, cuando las relaciones se establecen o reestablecen con el amor como amalgama. Nuestras sociedades, iglesias y ministerios se componen de familias y la salud de éstas supone la salud de aquéllos.
La segunda parte del versículo cuatro de Efesios seis, en la traducción interconfesional catalana dice (y traduzco): “Educad e instruid a vuestros hijos tal y como lo haría el Señor”. Si sólo tuviéramos esta cita para educar a nuestros hijos debería ser suficiente porque “educar como lo haría Él” supone amar y respetar sin límites de edad, sexo, intereses o poderes. Supone criar a los hijos con disciplina pero sin violencia, con normas pero sin ciegos autoritarismos, con valores y virtudes libres de encorsetadas legalidades. Supone que nosotros como padres seremos guías para ellos, supone que usaremos “el verbo para hacer el bien” no para gritar, insultar, humillar u ofender. Supone que les amaremos, cuidaremos y perdonaremos de forma incondicional tal y como Él lo hace cada día con nosotros.